Es imposible imaginar lo que es el Camino de Santiago hasta que no lo has acabado. En ese momento, en que te plantas en la plaza del Obradoiro y echas la vista atrás lo entiendes. Echas la vista atrás a doce siglos de historia. Echas la vista atrás a decenas, cientos o incluso miles de kilómetros. Echas la vista atrás a la gente que te has encontrado, a los días de sol y lluvia y a las cuestas, que haberlas haylas. Pero, sobre todo, antes de entrar a la catedral echas la vista atrás a la persona que eras antes del camino y a la que eres en ese momento.
Si durante un milenio el camino de Santiago ha atraído a viajeros curiosos, a devotos y a aventureros por sus sendas es porque algo hay detrás que no se puede explicar sin vivirlo.
Personalmente, la magia del camino es la puesta en valor de lo cotidiano. Hoy día, que vivimos con tanta prisa, que las pantallas nos requieren en cada recodo de un paseo, el Camino es un refugio para recuperar la fe.
No seré yo el que reniegue de las nuevas tecnologías, de este mundo cómodo que nos ha acercado París o Atenas, que nos da acceso a todo lo que queramos aprender, pero hay aprendizajes que no se pueden reemplazar con una pantalla.
Haciendo el Camino descubres que te duelen los pies, que quitarte los calcetines al final de una jornada de muchos kilómetros es un alivio que no tiene precio. Descubres la naturaleza humana de la queja y lo idiota que esta es. Porque cuando te llueve, te quejas por falta de sol y cuando el sol te da en la espalda, echas de menos el chaparrón. Aprender al cabo de los kilómetros que hay que estar agradecido, que no hay un día peor que otro, que lo importante es la actitud, eso es algo que llevas en la mochila al llegar al Obradoiro.
El sudor del esfuerzo tras una cuesta hace que los paisajes sobre las colinas sepan mejor. La satisfacción de llegar a tu destino especia la comida, haciendo que sepa a gloria… Hay tantísimo en el Camino que no viene en las guías, que por eso sin vivirlo no hay manera de saberlo.
Y citando a Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar…
Vivir el Camino te invita a pensar, a reflexionar, a hacerte preguntas que el día a día nunca te permite responder, porque aunque no lo sepamos, de cuando en cuando, todos necesitamos parar. No hay mejores compañeros de viaje que Jesús y María, estando seguro de que nuestros jóvenes peregrinos se han sentido acompañados y queridos durante este maravilloso viaje gracias a ellos.
Al final, en la misa del peregrino, todos estos sentimientos se arremolinan en el corazón. Te vas dando cuenta que habrá días que la fe flaquee, pero que es esa fe la que te lleva hasta el final.
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