Decía Thomas Merton que «la felicidad no es una cuestión de intensidad, sino de equilibrio, ritmo y armonía”. Por experiencia sabemos diferenciar entre dos tipos de felicidad. Una es esa que está bien, que es muy intensa, pero que no dura más que unas pocas horas o días, como puede ser la victoria de nuestro equipo de fútbol o de nuestro concursante favorito en el programa que seguimos, un regalo por nuestro cumpleaños o una entretenida noche de sábado.
Y luego está la otra, la verdadera, la que se mantiene en el tiempo (siguiendo el ritmo que dice Merton) e incluso va haciéndose más sólida, como puede ser una relación de amistad o el sentir que estamos llenos con lo que hacemos cada día (sí, se puede ser feliz desde la rutina). La primera está vinculada a quien busca salvarse por su cuenta. La segunda, en cambio, es la que tiene que ver con darse, “con perder la vida» (en sentido positivo).
Justamente la Cuaresma que empezamos el día 5 y que se extenderá hasta la Pascua va preparándonos por dentro (si nos dejamos) en pulir ese camino para experimentar la verdadera felicidad. Como educadores se trata de un período precioso para trabajar el cultivo de lo pequeño, del esfuerzo del día a día, de la búsqueda de lo realmente importante. No solamente con nuestros alumnos sino también nosotros mismos (no deja de ser un camino compartido).
Muchas veces caemos en el error de creer que con la primera cosa que nos hace estar aparentemente felices nos vale… Cuando, en realidad, sabemos que la que nos llena es la felicidad vinculada apersonas y experiencias fundantes, es decir, que generan algo nuevo en nuestro interior que nos moviliza a sacar o mejor que tenemos (y que a veces ni sospechábamos).
Todos tenemos alguna en nuestra biografía. Y todas suponen darse. En este sentido, hay un tipo de experiencia fundante muy profunda: el seguimiento de Jesús. Quien de verdad se compromete a seguir esta felicidad que nos propone, descubre que algo nuevo ha nacido que ya jamás podremos dejar de sentir, que te llena de verdadera armonía y serenidad. No es una frase hecha. Puede haber, si la cultivamos una relación real y transformadora, que llega a cambiar las relaciones con los demás (y con uno mismo). Seguirle a Él en esta Cuaresma es una gran oportunidad de que salgamos de ella de forma muy distinta a como la comenzábamos. Porque de eso se trata, de dejarnos transformar por él.
Es el momento de dejar que nuestros corazones se afecten, el lugar en el que, en el mundo bíblico, residen no solo los sentimientos sino también las grandes ideas, los proyectos. En definitiva, como reza el título del dosier, es el momento de tener “corazones de carne, corazones sensibles”.
Hagamos que, en este tiempo de Cuaresma, nuestros niños y niñas puedan reflexionar sobre la importancia:
– De la solidaridad. En el evangelio, nos invita a mirar más allá de nuestras propias necesidades y a estar atentos a los demás.
– De la convivencia. Jesús subraya con su vida la importancia de la compasión y la misericordia. Debemos esforzarnos por crear un ambiente donde todos se sientan valorados y apoyados. Esto se traduce en gestos simples, como escuchar a quien necesita ser escuchado, ofrecer ayuda a quien lo requiere, y ser amables en nuestro trato diario.
– De la responsabilidad social. Como miembros de una Comunidad, la sociedad, tenemos el deber de contribuir al bienestar común, luchando
contra la injusticia y promoviendo la igualdad y la dignidad humana.
– De la fe puesta en práctica. No se trata solo de creer, sino de actuar de acuerdo con nuestras creencias, mostrando amor y servicio a los demás en
cada encuentro, en cada situación, en cada realidad.
Buen camino hacia la Pascua.