El segundo sábado del mes de octubre se celebra el Día Mundial de los Cuidados Paliativos. Se trata de una cuestión que en los últimos años está adquiriendo mucha relevancia debido al crecimiento de la longevidad, al aumento del número de personas mayores en las sociedades de Occidente y a los costes económicos asociados que conlleva la atención a las personas de edad avanzada. En la declaración sobre La atención médica al final de la vida, de la Organización Médica Colegial de España, se recoge la existencia de una demanda social, motivada entre otras causas por el envejecimiento de la población, la necesidad de procurar una mejor calidad de vida al enfermo terminal, así como el reto de formar a los profesionales en cuidados paliativos. Se indica que “todas las personas tienen derecho a una asistencia sanitaria de calidad, científica y humana. Por tanto, recibir una adecuada atención médica al final de la vida no debe considerarse un privilegio, sino un auténtico derecho».
Los cuidados paliativos se aplican a los enfermos terminales, aquellos enfermos cuya expectativa de vida es relativamente breve debido a que padecen una enfermedad que no responde a los tratamientos curativos. La finalidad es lograr la máxima calidad de vida y actividad en los pacientes terminales, sin intentar acortar ni alargar la vida, procurando el alivio del dolor y otros síntomas estresantes. Estos cuidados integran los tratamientos médicos y farmacológicos que se aplican a los pacientes terminales, y también todas las atenciones del equipo interdisciplinario: psicológicas, de enfermería, sociales, de terapia ocupacional y pastorales. Los cuidados paliativos no adelantan ni retrasan la muerte, sino que constituyen un verdadero sistema de apoyo y soporte integral para el paciente y su familia durante el proceso y también en el duelo.
La doctrina católica sobre los cuidados al final de la vida y el tratamiento médicamente proporcionado se fundamenta en una larga historia de reflexión teológica coherente articulada por los sucesivos pontífices. En septiembre de 2020, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó la carta Samaritanus bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. Esta carta reafirma la enseñanza de la Iglesia de oponerse a la eutanasia incluso si los pacientes o los familiares la solicitan, aclarando los límites de la autonomía personal:
“Así como no podemos hacer esclavo a otro, aunque lo pida, tampoco podemos elegir directamente quitarle la vida a otro, aunque lo pida. Por tanto, poner fin a la vida de un enfermo que pide la eutanasia no es en modo alguno reconocer y respetar su autonomía, sino, por el contrario, negar el valor tanto de su libertad, ahora bajo el influjo del sufrimiento y de la enfermedad, como de su vida, excluyendo cualquier posibilidad ulterior de relación humana, de intuición del sentido de la propia existencia o de crecimiento en la vida teologal. Además, es ponerse en el lugar de Dios en la decisión del momento de la muerte. Por eso, “el aborto, la eutanasia y la autodestrucción voluntaria degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.
La carta continúa analizando cómo abordar la muerte con la dignidad humana y cristiana intacta, lo que incluye el reconocimiento de que, si bien las intervenciones médicas desproporcionadas pueden retirarse moralmente, siempre se deben brindar cuidados básicos, y también subraya la importancia de los derechos de conciencia de los proveedores de atención médica: “Toda acción médica debe tener siempre como objeto, pretendido por el agente moral, la promoción de la vida y nunca la búsqueda de la muerte. El médico nunca es un mero ejecutor de la voluntad de los pacientes o de sus representantes legales, sino que conserva el derecho y la obligación de retirarse a voluntad de cualquier curso de acción contrario al bien moral discernido por la conciencia”.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla